3 de octubre de 2025

Opinión 03/10/2025

La guerra y sus disfraces | El costo humano de los conflictos actuales

Reflexiones

La guerra y sus disfraces: el costo humano de los conflictos actuales

Por Mariángeles Zanazzi

Hoy, en pleno siglo XXI, seguimos hablando de guerras, ofensivas, "operaciones militares especiales", "intervenciones" o "escaladas". Se usan palabras técnicas y elegantes que parecen suavizar el horror, pero detrás de cada término hay realidades brutales: familias desmembradas, niños que ya no vuelven de la escuela, ciudades en ruinas y millones de personas que se despiertan cada día con hambre, miedo y desamparo.

Las cifras de muertos se repiten en los titulares: miles de civiles, cientos de menores de edad, decenas de trabajadores humanitarios. Cada número esconde un nombre, una historia, un rostro que nunca volverá a sonreír. Mientras tanto, gobiernos y potencias destinan presupuestos incalculables a comprar armamentos, desplegar ejércitos y sostener una maquinaria bélica que nunca parece detenerse. En contrapartida, se recortan recursos para salud, educación, empleo o vivienda: es el pueblo, siempre el pueblo, el que paga el precio más alto.

El hambre se extiende como una herida silenciosa en sociedades que antes producían su propio alimento y que hoy dependen de ayuda internacional insuficiente. Los desplazados y refugiados ya no son excepciones: son millones que viven sin techo seguro, sin escuela para sus hijos, sin futuro previsible.

Lo más doloroso es constatar cómo el lenguaje se convierte en un refugio cómodo para quienes deciden desde despachos lejanos. Se habla de "daños colaterales" para nombrar la muerte de un niño. Se califica de "objetivo militar legítimo" al hospital bombardeado. Se describe como "estrategia de defensa" lo que no es más que un acto de agresión. Las palabras se vuelven herramientas de deshumanización que intentan disfrazar lo que en esencia es inaceptable: la violación constante a los derechos humanos más básicos.

En medio de tanta violencia y manipulación discursiva, el ciudadano común (el último eslabón de la cadena) sigue clamando lo mismo de siempre: vivir con dignidad, sin miedo, en paz. Quiere seguridad, pero no la de los tanques; quiere libertad, pero no la de huir sin rumbo; quiere cuidado, pero no el que llega bajo vigilancia militar.

El desafío humanitario y ético es recuperar la voz de quienes no son escuchados: los sobrevivientes, las madres que buscan a sus hijos bajo los escombros, los jóvenes que solo desean estudiar, los ancianos que quieren morir en su casa y no en un campamento. La humanidad no puede resignarse a que el ciclo eterno de guerra y violencia sea el destino inevitable.

Reflexionar sobre esto no es un lujo académico, es un imperativo moral. Mientras los líderes discuten "zonas de seguridad" y "acuerdos de alto el fuego", la verdadera seguridad está en garantizar alimentos, agua, hospitales, escuelas y trabajo digno. La verdadera paz no se negocia en tratados cargados de intereses estratégicos, sino en la certeza de que ninguna persona debe vivir bajo el terror de la guerra.

Por Mariángeles Zanazzi



Copyright © 2015 | La Síntesis - El primer diario digital de Saladillo